Mamá, cómprate una vida

Hay una frase célebre que dice, “chicos chicos, problemas chicos, chicos grandes, problemas grandes”. Yo estoy en esa etapa en la que los problemas empiezan a ser más grandes. En realidad, hay veces que siento que no es que los problemas sean realmente taaan grandes, sino que las reacciones son enormes. Luego ilustraré mejor esta idea.

Tener un hijo adolescente te convierte, entre miles de otras cosas, en una mujer precavida. De a poco una va aprendiendo a medir sus palabras, a medir a quién las dice y a dónde las dice. Porque hasta lo que puede parecer más intrascendente, el comentario al pasar, espontáneo, la NADA MISMA, puede volverse un dramón de telenovela.

Sin embargo este aprendizaje puede llevar un tiempo. Mi primera lección ocurrió un par de años atrás.

Llegada una edad, entre amigas las mujeres hablamos casi exclusivamente de los hijos, y temas aledaños. Sobre todo en la etapa inicial de la maternidad nos volvemos monotemáticas. A medida que los hijos crecen, y recuperamos nuestra vida resignada por años, las charlas pueden fluir en otras direcciones. ¡Afortunadamente así es! Existe una luz detrás de ese pantano… hasta que llega la adolescencia. Y ahí empieza otra vida.

Pero volviendo al tema en cuestión. Al tener la hija más grande entre todas mis amigas, yo siempre fui la voz portadora de lo que está por venir. Una adelantada con experiencia. Sin embargo, mi papel de gran cuentista comenzaría a flaquear.

Fue un jueves de salida entre amigas. Cada una hizo un repaso de sus glorias y pesares y cuando llegó mi turno les conté mi buena nueva. Chicas, ¡le vino! – exclamé llevándome todas las miradas de la mesa. Expresiones efusivas de sorpresa y, a continuación, el cuento en detalle. La verdad es que yo también estaba impresionada con la noticia, no fue que tiré el chisme y ya. Se trataba de mi hija, no nos olvidemos de eso.

La novedad que entregué en la mesa dio todo un vuelco en la conversación. De pronto, nos encontramos todas hablando de las circunstancias en las que nos había sorprendido este evento a cada una. Sí, ya sé. Nada glamoroso. Pero los detalles realmente eran dignos de recordar. Fue un volver atrás entre nostálgico, trágico y muy cómico a la vez. Recomiendo este peculiar viaje por el tiempo. Los datos de color son imperdibles.

Me volví a casa con el tema súper masticado, convencida de contar con la palabra justa, el consejo certero. ¡Nada mejor que las amigas para orientarte en este confuso camino de la maternidad!, pensaba yo para mis adentros. Luego me daría cuenta que esta convicción iba a sepultarme por completo. Como una carta de dos caras.

A la mañana siguiente, veo a mi hija tumbada en la cama sin ánimo de encarar el día, tapada hasta el cuello, el cuarto lúgubre y desarmado, y tuve esta mala idea. Todavía sin saber lo que se estaba gestando en ese cuerpito en proceso de cambio le digo: “Gorda, no te deprimas. Por suerte te tocó en invierno. No sabes los cuentos de mis amigas ayer. A ellas, la primera vez…”.

Ni llegué a terminar la frase. De pronto la colcha voló por el aire, y de abajo de las sábanas se abalanzó una fiera. Los ojos desorbitados dilatados de furia, el pelo hecho un nudo sobre los hombros encrespados, los cachetes enrojecidos, toda su cara en estado infernal, y una voz desde lo más oscuro de sus entrañas:

-¡¿Hablaste de este tema con tus amigas?! ¡¿Les contaste que me vino mientras te comías una milanesa?!
-¡Dime que es mentira, mamá! ¿¡Acaso no tienes tema?! ¡Que vienes a hablar de mi vida y de mis cosas íntimas!
¡CÓMPRATE UNA VIDA!,
vociferó de pronto como una daga derecho a lo más profundo de mi orgullo.

Tenía 13 años. Y creo que tenía razón. Creo… Esta etapa de mi vida la vivo con muchos signos de pregunta.

¿Estuve realmente mal en compartir con mis amigas algo íntimo de mi hija? Porque después me quede pensando en eso de cómprate una vida. ¡Gorda, esta es la vida que me compré! Tu vida es mi vida.

Es cierto que estuve torpe. Podría haberme evitado el "mis amigas me contaron…" Pero eso solo hubiera sido una estrategia discursiva. Una omisión. Nada más que eso.

En fin, ésa no iba a ser la última vez del denigrante cómprate una vida.

Con ustedes, Mecha de las mechas. Los invito a acompañarme en este apasionado trayecto con mi hija adolescente, un camino que juntas recorremos de las mechas.